viernes, 15 de diciembre de 2017

Del paraíso moral a la utopía literaria

El paraíso moral entró en mi casa de la mano de Clara, con esa fuerza del viento cuando tira de tus ropas, viento con  mágica fuerza, la del mejor argumento: fue en Residencia de quemados donde Clara parece tener siempre razón, y cuando no la tiene se apropia de su aliada Ruta, que le viene al pelo, para limpiarles la locura a los quemados, sus pacientes. Pondré un ejemplo: Ángel Torrado Torrado es mi quemado mental preferido. Le llamo en la novela "Sazonado corazón" precisamente, por la falta de chispa -fuerza moral- que demuestra, la falta de carácter que revela para enfrentarse a su tirana mujer, esa que tanto le doblega.




"Si no podía Sazonado y furioso Corazón sentir repulsa de la terapeuta que tanto le gustaba -infructuoso es para los sentimientos desdecirse-, optó por la grosería contra el sistema y la terapia, aún a sabiendas del batacazo:
-Doctora Clara, usted pretende que el humano sea perfecto. No estamos aquí para filosofar, ni para embaldosar el cielo y hacerlo pisable, sino para encontrar la felicidad en la misma vida que aborrecemos. Yo no quiero ser un espíritu claro y combativo; no confío de ese modo en la naturaleza humana.
Como el que mete por primera vez a un ser querido en una tumba y comprende en único llanto el mundo todo, sintió Clara el arrepentimiento de haber pretendido lo imposible, y le dio al sapo comida de sapo:
-Permíteme que no te retire la confianza que cogiste en mi habitación la otra noche: no te hablaré de usted. Sólo los que buscáis la felicidad rastrera importáis a la estadística de los gobiernos. Tú no quieres apartarte de tu bruja, ni que nadie te desanime de esa querencia; lo que pides es que te ayudemos a soportarlo, dándote la bendición de verlo bien: pues yo no te la doy. No soy yo quien vino al mundo a divertirse".

Ahí entra Clara con sus terapias "conductistas", y las apoya con la lectura del manuscrito de la princesa Ruta, la mujer que rebosa todo el carácter que el mundo necesita. Ruta, además, es mi personaje estrella, es quien pone los límites de mi mundo material; y lo hace en los primeros capítulos de la princesa de los arcanitas. Es en ese espacio donde el lector encontrará el lugar exacto de mi paradisiaco mundo del trueque, tan... agrario, utópico, añejo, tan... agropecuariamente personal.    

"Doce familias, entre ganaderos, agricultores y mecanicistas que sobaban primitivas máquinas, se encontraban reunidas en la planta baja del granero principal. En la estancia de madera, sentados a una mesa de quince metros de largo las doce familias con algunos abuelos discutían en reducidos grupos sobre las inclemencias de la producción, sobre el justo reparto de mercancías, o sobre las excelencias de sus maravillosos caballos, amarrados con sus carros en la entrada. Los animales de tiro soportaban la lluvia consolándose con redes de heno y alfalfa. Sobre la mesa, a ambos lados de la chimenea donde ardía un roble entero, en escrupuloso orden, se exponían: 
Doce gallinas ponedoras y doce pollos engordados.
Doce terneras y doce toros de un año atados por unas colleras a unas argollas de hierro en la pared.
Veinticuatro sacos de cincuenta kilos de patatas.
Doce tinajas de vino y doce garrafas de vinagre. 
Doce manojos de laurel, romero, hierbabuena, perejil seco, perejil verde y ajedrea.
Doce cestos de manzanas y doce tarros de las mismas pero en dulce.
Doce arados semiautomáticos de madera y doce guadañas de acero forjado con agua de lluvia y fuego.
Doce lotes de apicultura con miel, cera, jalea y polen.
Doce atillos de sarmiento para el asado de las carnes.
Y un montón de excedentes, siempre múltiplos de doce, que hacían las veces de regalos".

Junto a este paraíso moral, mi utopía literaria ya estaba en mi cabeza ha mucho, pero se materializó en palabras en El fósil vivo. Después ya pude establecer el peligro que se cernía sobre dicha utopía -algo que a toda utopía le acaece-, y lo hice en el contexto de frustración de mi personaje, el Maestro Bauer, el primer decente, mi personaje más resentido, el que tanto sufre porque dicha utopía literaria vive tan sólo en su cabeza. El peligro lo vio Bauer: la posibilidad de que nunca se alcance la utopía y se vuelva a lo indecente.

"Estos hombretones nacidos en pleno Apagón Moral dieron en llamarse la Generación del Noventa y Siete. No conocían la superficialidad y arrejuntados como quien dice (venidos cada uno desde su respectivo acullá) polemizaron contra la escritura, pues el antropopiteco rupestre –sobremanera el íbero- era muy estricto y propenso en lo de deleitarse leyendo pamplinas: ¿temas rupestres?... pues... me pillas... escribían de la mugre, los dinerillos, los juegos junto al mar en la resolana, y cualquier cosa que a su imaginación de celofán  aguijara. ¿Los personajes de la Escritura Rupestre? eran: periodistas, zafios, perdidos, del montón, apenados, del amasijo, prostitutas, estibadores, camioneros, apiñados, monjas, sudorosos, endeudados, y porteadores. Pues, era usual que no les satisfaciera lo trascendente y barnizado, prendados como iban de su frigidez espiritual y de sus bártulos, los cuales no ha averiguado turistólogo alguno por qué nunca los tenían pagados. Pero fueren lo que fueren, se apuntaban todos a la moral gomosa del momento: echaban humo por la boca, bebían, fornicaban (gratis o previo pago), cruzaban las piernas, fruncían ceños, hacían acrobacias con las comisuras de los labios, pasaban por el sindicato, adquirían viviendas en Tostasoles, salían por la noche, cantaban a la Luna, disfrutaban apiñados, practicaban el cohecho, y en general, abominaban de la nobleza, pues disfrutaban de la escritura popular, y sin moraleja". 

¿Por qué después del paraíso moral, yo, todavía necesitaba, algo como una utopía literaria?
Como he dicho más arriba el paraíso moral es algo más mundano, real, incluso más físico, más "experiencial" más mío; en cambio, la utopía literaria pertenece a la intelectualidad. En ella se encuentran todos mis pequeños logros conceptuales, todos los logros de mi querida filosofía.
Si en el paraíso moral se encuentra mi vida, en la utopía literaria aparecen los movimientos silenciosos de mi cerebro, la relación que las ideas tienen con la literatura. La autoinfringida posteridad.
El círculo se cierra y se completa así mi mundo de la vida.


2 comentarios:

  1. Te felicito por la entrada, me ha gustado tanto lo que dices como la relación que estableces con párrafos de tus novelas. Al leer las páginas dedicadas a las doce familias siempre me imaginé una especie de paraíso donde el trueque es el elemento económico central, alejado del actual sistema financiero tan sofisticado. Lo que me gustaría preguntarte es la relación que existe para tí entre el paraíso moral que concebiste en "Residencia de quemados" y la utopía literaria presente en "El fósil vivo". ¿Tienen alguna conexión entre sí o las pensaste por separado sin vínculo alguno? Gracias

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Elena por tu comentario, tan acertado como siempre.
    Evidentemente existe una conexión relacionada con el concepto de utopía, concepto que aprendí con el estudio de la filosofía. Fue después de tropezarme con el paraíso agropecuario y con su parcela moral que me ofreció ´el mejor argumento´, en ese momento, precisamente, me entraron unas ganas muy fuertes de construir mi ´utopía literaria´, logro que vino a mi mente después de estrangular el prejuicio de una posteridad convencional. Yo prefería una posteridad a la carta, aunque fuese esta más pequeña, más llevadera y funcional.

    ResponderEliminar