martes, 9 de enero de 2024

La fascinación por el costumbrismo: el narrador paleto en Navidad

 Comenzaré esta reflexión recordando el último párrafo de mi antigua entrada del 12 de Julio del 21. Así concluía esta: 

Invento -o creo- una mente distorsionada: mi narrador paleto, sin talento para la narración. Esa, y ninguna otra, es su valía. Necesito dar visos de congruencia a la total incongruencia. Apostarlo todo a un narrador tan paleto que se cree un superdotado ¡Anda que no es difícil!

Esta novela -La Paraeta- será la primera en la que utilizaré mi nuevo costumbrismo; lo llamaré el costumbrismo de la Montañeta, o el costumbrismo de Arcanente. Con dicha novela comienza mi homenaje a Edith Warthon. Es verdad que cualquier costumbrismo se asienta en el conocimiento de los paletos, unos más listos que los otros, pero paletos al fin.

De la misma forma en la que Warthon describe su Manhattan, y su Quinta Avenida antes de ser lo que ahora es -magnífica obra La edad de la inocencia- yo describo mi pueblo, su avenida principal con su Fuente de las ranas, la avenida que al llegar a su final nos lleva a la Montañeta. En dicho pueblo al que yo llamo Arcanente -porque de su verdadero nombre no quiero acordarme- nace mi narrador paleto, un levantino de pura cepa, o lo que sin ser lo mismo es igual, un valenciano de interior, por mucho que diga haber nacido en el Mediterráneo. Cada lugar tiene en exclusividad sus paletos. De dicho `pueblecillo´ extraje la figura del paleto socarrón, de ese lugar surge el costumbrismo de la Montañeta.

Mi nuevo costumbrismo imita a Edith Warthon, pero rompe con los anteriores costumbrismos. ¿A quién le interesa lo cercano, algo que está arrinconado en la literatura? Pues a todo el mundo parece interesarle, a todos agrada que alguien hable  de las creencias estúpidas de su pueblo. Me pregunto, ¿será por eso por lo que el costumbrismo produce tamaña fascinación?

¿Y qué es un paleto? Un paleto es para mí un "glocalista". intentaré explicar esto. En este mundo tendente a la globalización, un filósofo como Ulrich Beck sacó de su manga el término "glocal", y usando una simple analogía con la palabra globalización -y siendo un tanto imaginativo- se me ocurre el término "glocalización". ¿A quién no se le ocurriría eso? Resumiendo, mi "glocalista" no es otra cosa que alguien con una manera peculiar de mirar, alguien que disfruta de su estado mental, el del lugar en el que nació, pero, que al mismo tiempo, tiene aspiraciones globales. Estirando un poco, con un pasito cortito, podríamos decir que la "glocalización" es el paletismo de los pueblos camuflado con tintes universales.

Este costumbrismo, al ser tan inusual, contiene una forma peculiar de narrar. Es fácil deducir que hablo, no de una novela al uso, sino de una antinovela. Pero ¡qué difícil se me hace pensar en una antinovela, sin tener diseñado de antemano un narador-personaje!, la figura de la que hablé en la anterior entrada.

¿Qué es para mí, a grandes rasgos, la antinovela? Ya hablaremos de ello, porque es el momento del costumbrismo y el paleto lo que nos ocupa. Solo apuntaré algunos parámetros, por ejemplo: que la antinovela se muestra -para mí- en contra de toda la literatura descriptiva, esa que desborda su belleza de bote; está en contra, además, de los narradores superdotados, de los que se muestran rellenos de recursos estéticos literarios, sí, de esos narradores que se salen de listos, con su chola a rebosar de tanta omnisciencia; y sobre todo, la antinovela pone en cuestión las relaciones -estereotipadas- con los lectores, quiero decir, se mantiene en contra de satisfacer a los lectores.

Esta Navidad se me está haciendo muy larga divagando con ese costumbrismo tan recalcitrante.


sábado, 16 de diciembre de 2023

Mi reto: el narrador-personaje

    Estos son mis planes de Navidad. Para los que me siguen, este mes hablaremos del narrador-personaje, y lo haré desde La Paraeta, ya que es en esta novela en la que utilizo dicha figura literaria. Parece una tarea imposible, la de unir estos dos conceptos -el de narrador y el de personaje- en uno solo.

     Por lo general, el narrador, por muy peculiar que se presente, suele quedar, si no al margen de la historia, sí en la segunda fila de los caracteres importantes. Mi narrador de La Paraeta, en cambio, goza de toda la relevancia, llegando a ser un personaje principal. Para que pudiera narrar tuve que hacer un esfuerzo inusual, tuve que meterme en su piel cognitiva -si puede llamarse así-, en la que además de contener toda una idiosincrasia de un personaje de ficción,  funciona con su cabezota repleta por toda la sittlihckeit -lo que  en ética llamamos, lo sabido y querido por todos-. Lo que he apodado como la piel cognitiva no es otra cosa que toda la basura que se nos pega al nacer, todos esos juicios y prejuicios propios de la zona donde somos alumbrados. Mi narrador-personaje contiene esa Sittlichkeit, por haber nacido en un pueblo del Levante, de cuyo nombre no puedo acordarme.

    Por si fuera poco, mi narrador, como cualquier humano -mal que le pese-, contiene una subjetividad muy sofisticada, o sea, que para escribir esta novela tuve que meterme en otro mundo y así lo hice: me introduje en el mundo de un tío mío, en esa chola tan..., tan variopinta; me apropié de todos sus recuerdos, y los puse al servicio de los míos.

     Pondré solo un ejemplo del tono de este narrador-personaje que había escogido. Miren cómo habla este fenómeno de la Naturaleza en las primeras páginas de La Paraeta, concretamente en el epígrafe "Dos cajones y la travesura de Cloti":

Yo no quiero que quien lea esto sienta que le quiero convencer de algo. Las novelas modernas muestran, no sientan cátedra. Yo no quiero llevar a nadie de la mano, sino que saque cada cual sus conclusiones.
    Aparentemente, solo aparentemente, tiene buenas intenciones ¿verdad? Hay que seguirle -y con arrestos- para conocer sus adentros.
    Esto pensaba cuando entró en mi cabeza el reto de La Paraeta, y de esta manera escribí mis propósitos, hace bastante tiempo, en una entrada del 12 de Julio del 21. Me gusta recordarlo:
En este momento me propongo algo más difícil: intento que la omnisciencia clásica del narrador -esa que a todos tanto apetece, y a la que nadie hace ascos-, esté en entredicho, es decir, que mis narradores dejen de ser unos superdotados repletos de metáforas, y que todo parecen saberlo, pues nada se les escapa; necesito que se comporten tan solo como simples humanos.

Como podéis imaginar es difícil narrar sin la omnisciencia a la que la literatura nos tiene acostumbrados. 

Próximamente -dios mediante- hablaré de mi nuevo costumbrismo, un costumbrismo que imita a Edith Wharton, pero con un baño socarrón. De dicha conjunción -si es eso posible- extraje la figura de mi narrador paleto, un levantino de pura cepa, o lo que es lo mismo, un valenciano de interior, por mucho que se crea nacido en el Mediterráneo.



 

 


 


lunes, 7 de agosto de 2023

El carácter de Elena Hierro, mi pseudónimo preferido

Elena Hierro Guerrero fue mi pseudónimo favorito.

Un día como hoy -un cinco de agosto, con todo el calor-, pero treinta años más tarde que yo, nació Elena, mi pseudónimo favorito, por eso celebro ambos cumpleaños este día.

Elena escribió Residencia de quemados ingresada en un psiquiátrico de donde extrajo su odio a los psicólogos. ¡Qué bien le salió su propuesta de un Relato total! En Residencia de quemados ella se convierte en un personaje más de la novela que detesta a los psicólogos y a todos los que acuden a ellos por una presunta debilidad de carácter.

Más tarde la emprendió en El Fósil vivo contra los peregrinos, contra los turistas, con los que se ensaña a su gusto, y para ellos escribe el Sacrotocho, que contiene la historia de ficción de Don Modesto Bauer; el Sacrotocho es el libro por el que los peregrinos lucharon. Elena para conocer a sus turistas, los llamados bichanclos, tuvo que hacer -al mismo tiempo que yo- un cursillo intensivo en las playas de Valencia, y así comprenderlos, verlos en su salsa

Hoy sigo con el mismo tema, aunque me centraré en otros aspectos. Primero hablaré sobre `la arrogancia de Elena´. Ejemplificaré tal arrogancia con una cita sacada del capítulo "No dar un tonto por perdido" de El fósil vivo. En este capítulo arremete con agresividad contra el hombre sin dos dedos de frente y deja a todos los tontos despellejados. Palabras demoledoras las de Elena:

 

¡Qué hallazgo! “¡No demos un tonto por perdido!” ¡Qué solidaridad! Imagine la horda de noventaysietizantes peregrinando sin descanso por cada rincón o allende, entregándose al prójimo en razones, y eso que el autoritativo rupestre en su autodefensa sentenciaba intelectuaciones y torturas dolorosísimas contra los eruditos

(“La nueva solidaridad: ¡no dar un tonto por perdido”, El fósil vivo, Oviedo, Luna de Abajo, Capítulo XVIII).

 

Ella podía decirlo, yo no. ¿Les parece poco arrogante? Me moría de risa solo de pensarlo. Como ya expuse en el blog, a Elena la caractericé con una fuerte arrogancia de pensamiento, y sobre todo unas maneras de escribir extravagantes, al margen de mí. Elena saca de su cabezota -en Residencia de quemados- al personaje más arrogante que antes yo haya leído, Ruta, la princesa que -como la misma Elena hace- critica todo lo que se mueve: padres, imperios, autoridad, etc.

 

Diseño: Pandiella y Ocio
 

¿Cómo me imaginaba a Elena? ¿A qué se dedicaba? ¿Qué pensaba de la vida? Todo eran preguntas pertinentes para crearla y, sobre todo, quería responder a cómo influía en mi vida. Para contestar a todas estas preguntas, intentaré explicar qué motivación tenía para crear mi pseudónimo. Necesitaba un narrador capaz de decir las cosas que yo no me atrevía ni a pensar siquiera. Como puede verse me encontraba siempre, un día y otro día, autocensurado y ella, en cambio, habló siempre sin censura. Ella y solo ella rompió mi autocensura, el miedo que da decir verdades dolorosas.

Todo pseudónimo se encuentra camuflado en nuestra cabeza, tan dentro de ella que es difícil desincrustarlo. Usurpaba mis pensamientos y me anulaba, como hacen los espíritus que nos poseen. Y esto me gustaba, me sentía cómodo al tenerla en mi cabeza.

Como siempre quería controlarlo todo, tuve que saber cosas de su vida para comprender lo que escribiría ella. Por todo ello quiero decir algo más de su biografía.

Elena era mi amiga imaginaria, mi única amiga ficticia, Elena la arrogante Elena, lista como una ardilla hablaría por sí sola, yo solo tendría que dejarla hablar. Elena era una mujer amargada, de mal carácter, mala en general, en absoluto apacible y muy maleducada. Ella estaba ya sentadita a mi lado cuando estudiaba filosofía, estudiaba conmigo, pero en las mismas clases aprendió una filosofía distinta. ¿Cómo diría yo? Aprendió una filosofía trivializada. Ella sabía cómo trivializarla, lo que es harto difícil, para ello cogía una idea gorda -profunda- y a fuerza de aflacarla -como solo ella sabía hacer-, la dejaba donde más dolía. Al trivializar esta materia la ponía a su servicio, la hacía más comprensible, sobre todo, conseguía que esta disciplina académica se ocupase de cuestiones más humanas, más actuales, en general, más cotidianas.

Mi cabeza la imaginaba estudiosa de la filosofía y también de la literatura, extrayendo de ambas disciplinas su lado más mundano, ese que a ella tanto le interesaba. Toda su biografía podéis encontrarla narrada por ella misma al final de Residencia de quemados.

Para finalizar, Elena nació el mismo día que yo, pero treinta años más tarde.

Como ya he dicho en otra entrada del blog: Elena nació en el Mediterráneo, no en sus profundidades, fue en las veredas, muy cerquita del barro, donde murieron un montón de griegos, o donde sintieron traiciones sus enemigos los romanos. Luego fingí su muerte en un epílogo, el de Residencia de Quemados, en una salita decentemente decorada y encontrándose al límite de sus fuerzas.

Pero Elena realmente murió hace solo quince años. Se la llevó mi enfermedad mortal, fue estando en mi coma cuando no tuve más remedio que firmar su defunción -y eso que tenía muchas cosas que decir.

Posteriormente la enterré y como dice su sobrina en la novela:

 

Nada que contar. Mi tía entró en el nicho sin rechistar.

 

viernes, 5 de agosto de 2022

Una biografía imaginaria

Sigo con la entrada anterior, la del 29 de Abril. Ahora deseo centrarme en los aspectos más, ¿cómo diría?, los aspectos más humanos de este ente tan inmaterial: el pseudónimo que vivió solo en mi cabeza, con una existencia efímera en el tiempo, aunque mucho más prolífica de lo que jamás hubiese imaginado. ¿Cómo podemos hablar de la vida de un pseudónimo? Difícilmente, sí. Intentaré hacer algún esbozo de su biografía imaginaria creada mientras escribía sobre vecinos de aquí y amigos de allá, tal como me convenía. Cada conocido tenía un defecto, o una virtud, ambos siempre valiosos, para que el pseudónimo hablara.

Le puse por nombre Elena Hierro Guerrero ¡Menudo pseudónimo! Me la imaginaba activa cerebralmente, con su cabeza repleta de ideales  inactuales, ideales que a cualquier lector le parecerían de otro mundo, ideales obsesivos para cualquier humano que conozcamos. ¿De dónde sacaría Elena esos ideales? Tuvo que ser de donde nació, porque como tantos otros nació en el Mediterráneo. Le presupuse estudios -de oídas, autodidacta- estudios de filosofía en la facultad de Valencia. Como buen pseudónimo siempre estaba camuflada, aunque la tenía pegada en mi cabeza, incluso a veces usurpando parte de ella, como la obsesión recurrente de quien nos anula, como cuando un espiritu nos posee.

De Elena necesité el odio a los bichanclos -esos turistas que se mueven en masa-, y que después fue fácil introducir en el argumento de El Fósil vivo, y desde una visión muy mágica del mundo. Más tarde le vino el odio a la psicología clínica -la psicología barata-, que tanto daño le hizo a mis más queridos amigos, sobre todo a uno de ellos, -mi amigo el inombrable- mi talentudo también autodidacta y que jamás quiso estudiar,  que solo miró de reojo a la Universidad. Elena, igualmente, quería ser esa sabia sin estudios que cree saberlo todo. Su pésimo carácter, como una amargada incomprendida, poco a poco se me echaba encima.

Elena no pone límites a su odio, sentimiento que le viene de dentro, desde la Albufera al Mediterráneo hasta que sustantiva su odio contra el turismo de masas, y ¡cómo odia a los psicólogos! tan permisivos con las depresiones que confunden una facilona tristeza con una profunda depresión. Hoy día odiaría a los psiólogos diagnosticadores de las ansiedades provocadas por nuestro modo de vida. 

Como siempre quise controlarlo todo, no me conformé con crearle una vida ¡quería más! por eso le puse la arrogancia en el pensar, y sobre todo unas maneras de escribir extravagantes, al margen de mí. Elena siempre estuvo presente en mi vida como el azote a mis convicciones: me enamoré de esa cabeza tan recién estrenada. Pondré un texto significativo de su forma de pensar sobre la escritura, texto que recoge las palabras de Elena a su sobrina poco antes de morir:

Como dije más arriba Elena nació en el Mediterráneo, no en sus profundidades, fue en las veredas, muy cerquita del barro, donde murieron un montón de griegos, o donde sintieron traiciones sus enemigos los romanos. Luego murió -o mejor la maté- en un epílogo, el de Residencia de Quemados, en una salita decentemente decorada.







viernes, 29 de abril de 2022

La metaliteratura como recurso y motivación. Un "pseudónimo multi-tarea" como nueva figura

    La metaliteratura es un recurso empleado en mis primeras novelas. Necesitaba hablar de quién narraba mis novelas y porqué lo hacía, esta era la motivación fundamental para utilizar tal recurso.

    En esta entrada pretendo explicarlo con un ejemplo, el de Elena Hierro Guerrero, el personaje-narrador que precisé para mi primera y tercera novela. Elena me sirvió para inventar una nueva figura, un recurso literario: el pseudónimo multi-tarea. Elena Hierro montó mis dos novelas vistiéndose con un disfraz, se metió entre los ropajes de un pseudónimo fingido, lo que me pareció novedoso, al menos, nunca lo había encontrado en anteriores lecturas. Elena no es un narrador más, porque ella extrae de su cabeza imaginaria la historia de las dos novelas en las que aperece como personaje. Eso sí, muestra diferencias en una y otra obra.

    En el caso de Residencia de quemados, Elena se convierte en personaje capaz de forzar la manera de ser de Clara -mi otra protagonista-, manipulando su carácter para que deje de lado su debilidadd. Elena, para conseguir eso, inventa los acontecimientos de  la princesa Ruta, un personaje imaginario construido a la medida de sus propósitos. De esa manera pretende cargarse la presunta debilidad de carácter de Clara. Por si fuera poco, al final se  atreve a aconsejar a los futuros escritores con su teoría sobre los diferentes estilos. Su carácter debería ser crítico contra todos, incluso la emprende contra los que presumen de relumbrones estéticos en sus escrituras. Elena, la escritora que vende libros, nos da lecciones en este párrafo de cómo se debería escribir:

  

 Se atreve a dar consejos sobre la escritura, se lo cuenta a Elenita, su sobrina, por supuesto hija de Clara.

    En El fósil vivo, al contrario, no solo saca de su cabeza un mundo  imaginario, además, no para de fardar del poderío de su imaginación,  a la que apoda, de manera peculiar, la fantasía exacta.


 
    Elena la sabihonda siempre se divierte, se siente ufana y chula, y no para de fardar, aunque por lo menos se escuda en que era "joven y arrogante".

    Elena Hierro Guerrero fue mi mayor hallazgo; no solo inventa historias, además es capaz de imaginar mundos inexistentes, y en el caso de El Fósil vivo ese mundo imaginario lo viste con un vocabulario exquisito, construido con un logos diferente, acorde con la fantasía de ese mundo, y sacado de su manga.

    ¿Cómo me la imaginaba yo? Elena debía ser un personaje muy peculiar. Su talento tendría que ser... ¿cómo diría yo?... sería un talento indirecto, pues le viene de algo que tiene a desmano, de mi imaginario. ¿Y su carácter? Elena tenía que ser obsesivamente repugnante, valiente y metomentodo, siempre enemiga de todo hombre acuclillado, o mejor dicho, de cualquier hombre arrodillado. 

    Era maravilloso tenerla como narradora principal, siempre fue mi máxima colaboradora: Elena dictó casi aldedillo dos de mis novelas y lo hizo con un gran instinto literario.


viernes, 1 de abril de 2022

Vademécum de los recuerdos o catálogo abierto

    Esta es mi última incursión sobre los recuerdos. Me centro en dos tipos de recuerdos. Los primeros los llamaré los cansinos, esos que son más usuales -los recuerdos sin más-, o  recuerdos de tertuliano, como también se llaman. ¿Porqué quién no tiene un recalcitrante en casa siempre presto para hacer las tertulias más pesadas? Y los segundos, los que tienen otra vida, los recuerdos anotados en una libreta, esos bosquejos ansiosos por mostrarse al mundo, que por lo tanto, se convierten en carne de novela, siempre ansiosos por querer ser más, siempre alerta con la conciencia de convertirse en papel, y muy "propensionados" en hacerse públicos por ser los guionistas de su  novela, recuerdos sin ese secretismo que da el anonimato.

    Ahora me centraré en configurar un listado o catálogo -un a modo de vademécum- de todos los recuerdos que se me ocurran, por supuesto, el catálogo -como cualquier buen catálogo- quedará abierto. 

     El primer tipo del catálogo incluye los recuerdos de la vida real, que abarca los recuerdos sensitivos o sensoriales: los del oído, como son los musicales, o cualquier otro "estruendo", o simplemente los sonidos naturales, como por ejemplo, el canto de los pájaros; y los de la vista, también llamados por algunos los recuerdos visuales o visionados, siempre capaces de perfilar imágenes, como hace una vulgar foto. Cada sentido tendrá sus recuerdos propios, nada diré del sentido del olfato ni del sentido del tacto, de los que habría mucho que hablar. También son importantes los recuerdos de una escena, más o menos cotidiana, la cual se puede trasladar a una novela tal cual, sin retoques, o el recuerdo de un objeto, porque ¿acaso alguien se ha podido olvidar de su tropiezo con una oreja gigante de escayola -que esquematiza el oído interno-, en el armario de su clase de biología en el instituto? 

    En contraposición a los de la vida real, y como segundo tipo del catálogo, se encuentran los recuerdos de la vida imaginada, como son los recuerdos de texto -imaginados por una mente creativa-. Estos recuerdos serán los más literarios. Como ejemplo de recuerdo de la vida imaginada, citaré el inusual e imaginado párrafo con el que sueña todo padre, ya sea minero o funcionario. 


    Este párrafo es ejemplo de recuerdo de la vida imaginada, es un  texto, y lo extrajo mi imaginación de los pensamientos desordenados de mi progenitor,  cuando le hablaba a mi madre sobre cómo deseaba que fuera su hijito, y fue en una conversación que tuvo con ella en una salita decentemente decorada.

     Ejemplo de un recuerdo sensitivo visual:

    Es sensitivo este recuerdo por todo lo que expresa, un grupo de mineros harapientos, pero con la chulería de los cordobeses, con sus boinas-casco ladeadas. Ambos ejemplos -el párrafo y la foto- se circunscriben a La Venganza del objeto.

    Me parece que lo del vademécum es imposible abordarlo en toda su profundidad, además, esta entrada pretendía ser la cuarta sobre los recuerdos, con ella quería darle acabo a la memoria y a su única herramienta, el recuerdo. Esto ahora me parece algo imposible.

    Se me ocurren una infinidad de modelos, como por ejemplo, los recuerdos cruzados, que serían recuerdos mezclados, o recuerdos al gusto, para poder usarlos en las novelas, sin nombrar a los recuerdos intelectuales, muchos de ellos representados con frases lapidarias. ¡Ah! se me olvidaban, están los recuerdos estructurales, para mí los más importantes, pues son ellos solos los que producen la motivación de una novela. 

    Pondré algún ejemplo de estos reduerdos estructurales:

    En Residencia de quemados sin ir más allá, me centré en dos de ellos: 1) lo que me dijo un amigo al respecto de lo que parecía mi casa, una residencia psiquiátrica o mejor aún una residencia de quemados;  2) el segundo se vincula a esas cenas de los sábados en las que mis amigos de antaño y nosotros hacíamos un trueque de productos agropecuarios. Ambos recuerdos estructurales se mostraban como un cajón en el que cada escena de mi novela cabía. Este último recuerdo estructural es también un recuerdo guía, un recuerdo desde el que monté un desiderátum, la utopía que en mí latía.

     Recuerdo estructural:

    Así construye la imaginación un recuerdo guía. De esta manera tan inusual describía mi mente -todavía un tanto adolescente- mi desiderátum. Como buena utopía no era posible, o sea que no pudo ser.

    Solo me queda hablar de otro tipo de recuerdo, los recuerdos del revés. Estos podrían ser esos tan modificados por la imaginación que se verían como contrarios a la realidad, lo que les haría pertenecer a la vida imaginada; nadie podría imaginarse un recuerdo al revés, sin pasar este antes por la fantasía ¡Madre mía! esto no me lo esperaba. Estamos hablando de recuerdos que todo escritor utiliza, sin conocerlos, sin saber que existen y sin saber nada de ellos. Se me hace que deben ser recuerdos tan fuertes que necesitan ser modificados -colocarlos del revés-: el recuerdo de un valiente vale para definir a un cobarde, o el recuerdo de algo muy alegre que ocurrió servirá para relatar una escena super triste. No parece que nadie pueda encontrar la diferencia entre los recuerdos contrarios y los del revés. Desde luego ambos forman parte del repertorio que todo escritor sueña con tener.






martes, 15 de marzo de 2022

II. La otra vida de los recuerdos. Recuerdos de "La Venganza del objeto" y de "Residencia de Quemados"

    Continúo la temática de la última entrada. Esta vez reflexiono sobre el pasado como el auténtico motor de los recuerdos, y del rastro que siempre este deja, la nostalgia. 

    El presente de nuestras historias se relata desde el pasado, es este quien reescribe cada historieta, eso sí, con las herramientas cognitivas del presente, como por ejemplo la actitud o la motivación, ambas dictan las maneras del relato, o el tono predominante, ya sea este crítico o simplemente descriptivo. El pasado es el único constructor de recuerdos, y al mismo tiempo construye la nostalgia; el pasado la crea, pero igualmente la daña. La nostalgia al notarse en peligro se revuelve, esconde en nuestros huesos sus rastros; puede recluirse, pero se siente tan poderosa que jamás acepta ser borrada. La nostalgia vive por su cuenta, y no existe quién pueda engullirla ¿Qué bicho podría tragarse -sin apenas masticar- la bolsa mohosa repleta de nostalgia?

    Vuelvo con la otra vida de los recuerdos, cuando se hacen carne de narración. Me referiré a las dos primeras novelas que escribí: 

    Residencia de quemados fue la primera. Necesitaba darle forma a los aspectos de mi carácter adolescente,  y lo hice desde la exageración llevada a la hipérbole. De esa forma entró en mi cabeza el personaje principal de Residencia de quemados. Ruta surgió como la unión de la justicia y la fuerza. ¡Qué difícil aunar la justicia con la fuerza! Estas dos virtudes parecen repelerse siempre que miramos los aconteceres históricos. Pondré algún ejemplo de cómo esquematicé  las virtudes de Ruta:

     De esta forma tan poco usual describo el corazón de Ruta, como un carácter cuasi militar, tal es su arrogncia.   

    Observe el lector cómo ve Ruta sus estudios. Parece una propuesta imposible de un plan de estudios, de una escuela donde la princesa Ruta apuntaló sus conocimientos entre chozas y Talentos. Así es La aldea de la razón, tal y como yo veía facultad de filosofía. La educación hecha añicos:

      Esta era la estructura de La aldea de la razón con sus profesores o Talentos: ¡Alucinante! el mundo imaginario de la `princesita´.

   De forma más intelectual se narran los defectos psicológicos. Me centré en los más patológicos, o al menos los que más daño me hacían. Mi personaje Clara los trata desde su profesional punto de vista, desde la psicología. Tenía tal fijación por los problemas psicológicos que los metí en mi novela a ver qué pasaba. Una de esas patologías era la monología, los monológicos se me resistían. ¿Quién no tiene cerca una de esas bestias?:


    

    Mi fantasía los metió a todos dentro de una sima: la sima de los bestiariosComo se puede observar cada patología tenía su psiquiátrico natural. Los bestiarios (los monológicos ancestrales) habitaban encerrados en una sima. En la novela cada patología tiene su propio `imperio´ en el que esta se cobija:


    Sazonado corazón es el personaje con la patología que más daño me hacía, y tenía, por supuesto, un referente vivo: el innombrable le llamabamos cariñosamente. Ese era mi amigo, el paladín de tamaña anomalía psíquica:

 


Otro era El hombre de oro, el espécimen obsesionado con el dinero, con el negociado y las empresas. Este era otro de mis problemáticos psiquícos:

    


    La mujer fantástica se limitaba a las actividades manuales de manera obsesiva:      


 

    La novela nació de conversaciones en mi casa con buenos amigos, de un montón de cachitos de recuerdos y con ellos monté la novela ¿Qué más podía yo hacer con estos rastros de nostalgia?

    De la segunda novela, La venganza del objeto, solo extraeré dos recuerdos ordinarios. Mis primeras incursiones al campo asturiano.

 


      ¡Qué difícil es narrar un sonido! ¡Difícil darle musicalidad a las palabras!

 

    La venganza del objeto es mi novela más emotiva, en ella tuve que seguír las señales del  rastro  que deja la nostalgia y ¿cómo se ordena la nostalgia? Solo podía intentarlo ordenando los recuerdos de mi padre, por lo que tuve que introducirlos en un "Devocionario" -un diario sentimental, un calendario emocionante-, cuyo contenido extraje de una cinta -una cassette-, donde se escondía el último testimonio de mi padre.  No se le puede tener manía al tiempo por mucho que le dé por triturar recuerdos. El tiempo no solo los tritura, porque además tiene un afán, allanar el pasado, o lo que es lo mismo, iguala los recuerdos, hasta los más estructurales, o los más configurativos; mi cassette era uno de ellos ¿Habrá otras nuevas cassettes? ¿Cuántas cassettes le quedan al mundo? Las novelas perduran y yo a eso le doy las gracias. 

    La narración de La venganza del objeto era tan compleja que precisaba plasmar mi ideología dentro del "Devocionario".  Pondré un ejemplo. La obsesión que tenía con las malas artes de los escritores  -antes incluso de ser uno de ellos- me llevó a plasmar una pequeña taxonomía de cómo eran los diferentes tipos de escritores. Tal que así me los representaba:     



Mi narradora Nativela narra así mi recuerdo.